jueves, 2 de abril de 2015

Jueves Santo




            Estamos recordando y celebrando la última Cena del Señor con sus discípulos.  San Juan, antes de contarnos lo que allí ocurrió nos dice que Jesús habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo.  El amor va a ser el marco en que discurra todo lo que nuestros ojos van a ver desde esta noche a la noche de la vigilia pascual:  El amor de un hombre por sus amigos y las consecuencias que mantener ese amor le acarrearon. El amor de Dios por todos los seres humanos manifestado en su Hijo.  Es importante que tengamos en cuenta esto si queremos comprender  todos los acontecimientos que vamos a celebrar. 

          La última Cena del Señor se desarrolla en la fiesta de la Pascua,  fiesta en la que los judíos recordaban que Dios les había liberado de la esclavitud de los egipcios.  Aquí esta ya la primera clave para comprender de qué amor estamos hablando.  Contra esa tentación que todos tenemos de hacernos la imagen falsa de un Dios bonachón, inoperante, tapa-agujeros, el Dios de la Alianza se nos rebela como un Dios empeñado en liberar al hombre de la esclavitud, poniéndose del lado de los explotados y oprimidos.  Dios ama eficazmente, denunciando nuestras injusticias y opresiones, animándonos a cambiar nuestras relaciones de dominio y apariencia, ayudándonos a descubrir la fraternidad.  Y recordando este hecho fundamental para los judíos, Jesús va a dar un paso más, Jesús va a ser el canal por el que el amor liberador de Dios se desborda hasta el extremo.  Contra la tentación que todos tenemos de amar sólo a los que nos caen bien, de amar sólo a los que nos corresponden,  Jesús nos enseña el verdadero significado de la palabra Amor.  Y lo hace con un gesto sencillo: poniéndose a los pies de sus amigos para lavarles los pies.  Era este un servicio que realizaban los esclavos y que repugna a Pedro.  Precisamente, Pedro, los discípulos y todos nosotros, tenemos que comprender y aceptar, pese a nuestra repulsión, la verdadera revolución del amor cristiano: amor como servicio, sin esperar nada a cambio, amor que se humilla, poniéndose a los pies de todos.   Con Jesús, Dios mismo se ha puesto a nuestros pies para que comprendamos que no hay más Gloria que esa.  Ya no hace falta aparentar, ni ser más que los demás, ni competir, ni explotar a nadie, porque el verdadero camino de la humanidad que va al encuentro de Dios es el de la fraternidad, un pueblo de hombres y mujeres que se ponen a servirse mutuamente por amor. 

          Con razón se ha llamado a este día el día del Amor fraterno.  Y siendo así es necesario que todos nosotros después de ver y oír a Jesús, salgamos de esta celebración con el ánimo renovado de trabajar y luchar por conseguir unas relaciones más fraternas.  Empezando por derrumbar las barreras que hemos construido en nuestra familia, con nuestros hermanos, con nuestros vecinos, con nuestros compañeros de trabajo.  A veces bastará con una mirada, un gesto, una mano que se abre.  Otras tendremos que buscar el diálogo, quizás pedir perdón, quizás tendremos que devolver lo que no es nuestro.  Todo merece la pena para conseguir la reconciliación. Es cuestión de dejar nuestro orgullo y dar paso a ese amor misericordioso de Dios que se está abriendo ya en nuestro corazón. 

          Hoy Jesús nos dice a nosotros como lo dijo a sus discípulos: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? pues hacedlo vosotros también”. ¿Seremos capaces de comprender y aceptar amar como Dios ama? 

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