sábado, 24 de mayo de 2014

Homilía 6º domingo Pascua: La Alegría

          Hemos escuchado en los Hechos de los Apóstoles, que la ciudad de Samaría, después de escuchar la predicación de Felipe y de ver los signos que hacía, se llenó de alegría.  La alegría es una constante en todo el evangelio.  La alegría se hace presente en el nacimiento de Jesús, la alegría acompaña a su predicación por los caminos de Galilea cuando iba curando a los pobres y lisiados.  La alegría de los discípulos en la mañana de la resurrección, la alegría de las primeras comunidades...  Es la alegría de todos los que acogen a un Dios que se hace cercano al hombre.  Es la alegría del Dios con nosotros.

           Pero ¿de qué alegría se trata aquí?, ¿es posible en este mundo nuestro hablar todavía de alegría?... Cuando recordamos la vida de Jesús y de los primeros cristianos, pensamos en el sufrimiento, en la cruz, en las torturas, en los martirios...pero nunca pensamos en la alegría.   Evidentemente la alegría del evangelio no es la misma que la alegría del mundo,  la alegría del evangelio no tiene que ver con el tener mucho dinero, con el vivir cómodamente, con el tener buena salud.   La alegría del evangelio es mucho más profunda, es capaz de convivir con la pobreza, con los duras trabajos, con la enfermedad y con el sufrimiento,   porque la alegría del evangelio no proviene de lo que el hombre es, de lo que el hombre tiene o pueda hacer.  La alegría del evangelio es la alegría que Dios da a los que le acogen.   Es la alegría del que ha descubierto que su vida, su destino, está en manos de Dios.   Es la alegría del que pone en el centro de su vida a Dios.  Del que es capaz de confiar por completo en El.

          Nosotros, después de casi dos mil años, somos los discípulos de Jesús.  Nosotros somos los depositarios, los destinatarios de la alegría de Dios.  A lo largo de nuestra vida, hemos tenido quizás pocos encuentros con el Señor.  Quizás hemos dejado que nuestra fe se enfríe.   Pero ahí, en lo hondo de nosotros mismos, está la llama del Espíritu que nos hace, una y otra vez, a pesar de todo,  seguir confiando en la vida, en los demás y sobre todo en Dios.  Y en esa confianza que tenemos que acrisolar en los momentos difíciles es donde se encuentra la fuente de nuestra alegría. Una alegría que nadie nos puede arrebatar, porque sabemos que Dios no nos abandona nunca. El está siempre a nuestro lado, esperando el momento idóneo, el momento en que nosotros le abramos nuestro corazón, para unirse a nosotros.

          Hermanos, que la alegría de la Pascua, la alegría de Dios con nosotros, no nos abandone nunca. Amén.

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